viernes, 20 de abril de 2007

Opinión Pública

La universidad me abría las puertas en 1997 en medio de esa gran confusión que significó para todos alguna vez tomar la decisión de seguir alguna que otra carrera. Los debates iban desde el más profundo análisis de razones intrínsecas relativas a la vocación real, como la más trivial y pragmática de todas las razones (que generalmente iba asociada a la recomendación paternal/maternal aquella de no morirse de hambre) de encontrar un buen futuro económico.
Empecé siguiendo Economía, por esas cosas de la vida que uno nunca termina de entender… luego terminé estudiando Derecho con lo cual no me fue tan mal, teniendo en cuenta que mis ocupaciones artísticas, siempre anexas y persistentes, me impedían seguir mi carrera anhelada que era la Arquitectura.
En fin, en medio de esta sucesión de indecisiones, en ocasiones pensé en dedicar mis esfuerzos a tomar la senda del periodismo. Me gustaba esa idea de perpetrar delitos contra el status quo y ser piedrita en el zapato de algunos que la necesitan constantemente.
Pero entendí que no era sólo eso, que requería mucho más que el simple incidente y la irreverencia, que era algo delicado y a la vez contundente. Era generar sociedad. Está en las letras del periodista la trascendental tarea de despertar al monstruo, de interpretar la realidad desde el objetivismo mas perspicaz, de construir pensamiento para inclinar la balanza del lado de la verdad y sólo del lado de la verdad, retirarse de la contienda y mirar la batalla como el pintor épico, como un Cándido López retratando la guerra sin argumentar razones mas que la única verdadera, la que sólo los muertos tenían ojos para contemplar la barbarie.
No me sentí capaz de hacerlo y por respeto, seguí con mi marcada subjetividad para enfrentarme al mundo y sus vericuetos, desde el campo de batalla y desde el frente a donde me empuje la vida, y creo que tome la decisión correcta.
Sin embargo, tanta es mi decepción cuando veo que mi teoría, en la práctica, no tiene tantos adherentes. Por que había sido que no hacia falta ser periodista para ser periodista, o a veces solo hay que parecer periodista para serlo, o serlo de papeles, o lo que es más, tener dinero para comprar un medio, o muchos, y así convertirse en periodista, o haber sido periodista y después de tener dinero, convertirse en “empresario de los medios de comunicación” y volver a ser periodista, en fin, tantas variantes confunden tanto que me pierdo entre editoriales que asustan de tanta mediocre, parcial, soez, pobre, triste e irresponsable prosa y prefiero leer las divertidas secciones de deportes o espectáculos donde todavía viven algunos viejos zorros del periodismo que hacen pasar por alto algunos errores ortográficos, gramaticales o de sintaxis del resto de las secciones y las “noticias”.
La editorial, el corazón de la prensa escrita, refleja el perfil intelectual y más profundamente periodístico de un medio de comunicación, es en donde convergen la pasión del espíritu y la serenidad profesional, la solvencia de la verdad y el arte de saber decirla, la impronta, la chispa que enciende el debate, el dedo en la llaga, pero en todas las llagas… o en ninguna. Lo primero que leerá un marciano que llegue a la tierra, será la editorial de los diarios… por Paraguay, seguramente no encontrara argumentos para iniciar contactos de tercer tipo.
No existe opinión, solo cesión ante presiones sectoriales, medias verdades, ofensas a la inteligencia, bajeza del lenguaje. No pasa por tendencias ideológicas, lo cual es normal y hasta diría correcto en una sociedad abierta a la propuesta. Sabemos que El New York Times, El País de España o en el caso más representativo, Le Mond Diplomatic responden a ideas de izquierda o El mundo de España o La Nación de Argentina responden a la derecha, lo que pasa es que la solvencia intelectual y el profesionalismo que se lee a cada frase nunca se aparta de la verdad, la verdad es ineluctable, la verdad es apolítica, es amoral, no tiene ideología. Es gracioso, por decir el calificativo menos deprimente, leer las arengas políticas solapadas, la resentida defensa propia, el argumento ideológico adolescente y la ligereza intelectual con que las editoriales paraguayas (y los editores) convierten en certeza absoluta premisas incoherentes, arrebatadas, histéricas y de dudosa veracidad. En todas partes se cuecen habas, solo que en Paraguay se olvidaron de recetas, ingredientes y cocinero.
El cuarto poder deja de serlo cuando no genera opinión publica sino opinión publicada, cuando pierde fuerza por sectorizarse, por dejar de hablar de la verdad sino que de verdades, en fin, cuando uno deja de leer y de escuchar por que simplemente ofende a la inteligencia tanta pretensión de creer que uno no es inteligente.
Termino por el principio. La vocación de periodista existe tan fuertemente que cada vez vamos avanzando hacia una realidad más real y sin máscaras, que es lo que debe ser cuando la verdad es pública y publicada, cuando las verdades se rinden ante la verdad y la palabra sobrevive a la barbarie. Me dirán quizás que el intento de determinar la verdad es poco pluralista y con sesgos autoritarios y vanidosos, sin embargo la opinión sobre la realidad se convierte en opinión pública solo cuando refleja la verdad, la verdad primera es precisamente esa; que la gente no es tonta. La mentira no sobrevive a la sociedad, muere tarde o temprano junto con el mentiroso.
Los pasos son claros pero el camino confuso todavía. Sin opinión pública no se construye sociedad. La opinión pública es propiedad de la humanidad y es libre e inalienable, es la opinión de todos hecha una sola brisa de verdad irrebatible que se respira en el aire de una sociedad que se conoce profundamente y que a pesar de todos quienes traten de tergiversarla, no podrán nunca contra su demoledora fuerza de sostener la libertar por sobre cualquier otra libertad sofisticada o de nueva generación.

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